Luis Scola, 39 años, figura y capitán indiscutible del seleccionado argentino de básquetbol que va camino al título del torneo Mundial FIBA – China 2019 en entrevista exclusiva para Infobae que nos permitimos reproducir en extenso con el permiso del editor.
-Hoy voy a hacer un poquito de trampa en mi dieta.
Luis Scola sonríe mientras sostiene el mate y agarra una galletita de un paquete. A los presentes les sorprende que diga eso porque se trata de una (1) Frutigran, uno de los tantos alimentos que le gustan pero tiene (casi) prohibido en su exigente rutina alimenticia. Quizás sea una insignificante anécdota pero refleja por qué, a los 39 años, el capitán de la Selección sigue brillando en el nivel máximo y es el único sobreviviente de la mítica Generación Dorada, la base del mejor seleccionado que ha dado la historia de nuestro deporte. Luifa fue un talento especial desde que empezó a jugar en el club Ciudad de Buenos Aires a los 7 años. Pero también siempre tuvo una cabeza diferente, con niveles demasiado altos de exigencia, profesionalismo, pasión y ambición que le permitieron estirar su carrera más de lo la mayoría podía imaginar. «Hablamos de un deportista que nunca fue un portento físico. Un blanco sin mucha velocidad ni potencia que tampoco nunca saltó mucho. Así y todo, hace 20 años juega en la elite. Y ahora lo hace con casi 40. ¿Sabés por qué? Por su cabeza prodigiosa, por su devoción por seguir y ser mejor. Hay decenas de anécdotas que prueban que es distinto en muchos sentidos», admite, en silencio, una de las personas que más sabe y lo conoce del ambiente.
Estos intangibles le han permitido a Luifa trazar un plan silencioso que año a año cumple a rajatabla para continuar disfrutando de su pasión sin dejar de ser importante. Un diseño que incluyó abrazar el Método Busquet -innovadora metodología de alimentación y prevención de lesiones- y desarrollar un programa de entrenamiento multidisciplinario que le ha permitido cambiar su juego de acuerdo a las necesidades del básquet moderno. Un trabajo casi de «orfebrería» que incluyó la contratación de profesionales que seleccionó cuidadosamente y la construcción hace años de una canchita (media en realidad, ver fotos) en su campo en Castelli, a 180 km de Buenos Aires. Allí, justamente, se internó durante 14 semanas antes de empezar a entrenar con la Selección para los Panamericanos de Lima y el Mundial de China. Sí, antes de empezar los entrenamientos oficiales… Una decisión pocas veces vista en un deportista consagrado.
Antes de meternos en la impensada transformación física y basquetbolística de Scola es determinante entender el contexto de un deporte que ha cambiado como ningún otro en los últimos cinco años. Para resumirlo podemos decir que un juego históricamente dominado por los jugadores más altos ahora pasó a ser gobernado por los más versátiles, tipos no tan altos (de 1m98 a 2m08) pero sí muy atléticos, rápidos y polifuncionales. El estilo de juego implementado por los exitosos Warriors rompió todos los esquemas y radicalizó una tendencia de jugar con alineaciones más chicas, dinámicas y con más tiradores. Hoy, si no tirás muy bien al aro, no podés jugar, salvo excepciones. Esto trastocó muchas funciones, sobre todo la de los grandes. Las torres de 2m20 están, en general, en desuso. Salvo que sean móviles y lancen bien. Esto pasó con pivotes y ala pivotes, que debieron dejar de jugar adentro y de espaldas para hacerlo de frente y saliendo a tirar. Un cambio radical. Para eso debieron sumar muchos recursos técnicos y de movilidad. Parecía una misión casi imposible para Scola, un ala pivote de la vieja guardia, que hizo su carrera jugando cerca del aro, de espaldas, usando movimientos de pies, ganchitos, tiros cortos… Pero, claro, no contaban con que para Luis no hay imposibles. La realidad le golpeó de lleno cuando estaba en la NBA, un poco en Indiana (2013-2015) y sobre todo en Toronto (2015-2016). «Si no tirás bien de afuera, no vas a jugar», fue el ultimátum que le dieron. Y así empezó a trabajar, denodadamente y contrarreloj, para adaptarse y seguir siendo valioso pese a que el contexto y su edad (34/35 años) conspiraban en contra.
En la Selección conoció a Marcelo López, preparador físico al que contrató para trabajos personales en 2016 y luego se llevó a China, en 2017, cuando Luis dejó la NBA para jugar en un país donde hoy es ídolo. Hablamos de un preparador físico que es mucho más que eso. No sólo fue parte del cambio de entrenamiento y juego de Luifa. También de los hábitos alimenticios. «Luis es un visionario: se anticipa a las cosas, a lo que el básquet requiere. Es alguien que sabe y conoce lo que necesita en cada etapa de su carrera. Yo lo escucho y hago aportes mínimos, viendo sus necesidades. Es alguien demasiado preparado que se conoce a la perfección. Trabajar con él ha sido una experiencia única, creo que me beneficié más yo que él, al vivenciar todo lo que hace», le explicó López al sitio Básquet Plus.
Pero Luis sentía que a lo que había mejorado con López debía sumarle algo más, pensando en un 2019 trascendente, con su histórica quinta participación en un Mundial y un Panamericano. En la intimidad, Luis admitió que este de China puede ser su último torneo con la Selección (tras 20 años ininterrumpidos, segundo caso más longevo en el mundo) y quería estar a la altura. Por eso, para dar un salto de calidad en la transformación de su juego, averiguó incansablemente hasta que encontró un nombre: Mariano Sánchez, hijo del mítico Huevo, uno de los mejores directores técnicos de la historia de la Liga Nacional, un apasionado que enseñó a Manu Ginóbili a picar la pelota con un año y pico en su casa de Bahía Blanca y es quien dirige hoy el campus de formación más importante del país. Marianito heredó la pasión de papá por capacitarse y enseñar. En silencio lo hizo hasta ser hoy uno de los más respetados coaches de técnica y habilidades en Latinoamérica.
Luis, fiel a su exigencia, averiguó mucho antes de llamarlo: estudió sus videos y pidió múltiples referencias. «Seguramente lo hizo (se ríe Mariano). Luis es un gran profesional que no pierde el tiempo. Cuando me llamó me dijo que quería seguir mejorando su juego para llegar lo mejor posible al Mundial. Deseaba poner en práctica mi forma de entrenar, mis conocimientos, para tener más opciones desde lo técnico y táctico. Para mí fue un gran desafío, el más grande que me ha tocado. Y, a la vez, un enorme orgullo. Sobre todo verlo ahora, en China, poner en práctica todo lo que trabajamos durante tantas horas», le relata Sánchez a Infobae.
Sánchez se apareció en Castelli con una carpeta con todas las posibilidades para que Luis mejorara su juego. Fue tal el nivel de detalle y variantes que Scola quedó impactado, algo nada sencillo. Mariano es tan directo como su padre y no se intimidó con el aura que irradia el jugador más importante en la historia del seleccionado nacional. «Le di mi punto de vista, sin miedos. Yo vi mucho sus videos y le dije que podía mejorar muchas cosas, técnicas, tácticas y físicas. Por ejemplo, su agilidad y velocidad, los movimientos, para chocar menos y perder menos pelotas», resalta. Y así arrancaron. «De entrada me dejó ser yo. Quería ver mi método y, con el correr de los días, me fue dando opiniones, los driles y ejercicios que ya sabía, con mucho respeto pero siempre pidiendo más», explica Sánchez.
La planificación comenzó con un breve parate tras volver de China, más que nada para descansar de una temporada desgastante por la cantidad de partidos y el estilo de juego de esa liga. Luego Luis puso manos a la obra con el preparador físico, en este año cambiando el volumen de trabajo para poder enfocarse en los cambios que le pedía Sánchez (y el básquet actual). Menos cargas para trabajar más en técnica y velocidad de ejecución, aunque sin dejar de entrenar. «Luis siempre exige practicar porque lo necesita. Es tan inteligente que sabe dosificarse y manejar cada situación. Escucha su cuerpo y es muy difícil que se equivoque. Por eso es un atleta profesional de elite. Porque además se alimenta y duerme excelentemente bien. Se cuida siempre y nada deja librado al azar», describe López con una profunda admiración.
La rutina diaria consistía en un entrenamiento bien largo, desde el mediodía hasta las 15. Tres horas súper intensas. Como siempre en la vida de Luifa, todo tiene una explicación. Scola no desayuna. El método que abrazó va contra el mito de que hay que comer antes de entrenar bien. Lo suyo consiste en practicar fuerte en ayunas y hacer un almuerzo tardío (15.30). Luego, durante ocho más, puede comer y ahí ya nada más sólido. Son 16 horas de ayuno y ocho de ingesta de sólidos. López asegura que no se pasa hambre. «Las primeras dos semanas, hasta que tu cuerpo se acostumbra», aclara. Tener los intestinos limpios mantiene alerta el sistema inmune y eso ayuda a prevenir lesiones. Por eso se come pocas veces…
«Trabajábamos mucho. Pero mucho eh. Un día lo veo todo transpirado. Y le digo ‘qué humedad acá, ¿no?’ Se ríe y me dice. ‘¿Me cargás, no? Hace tres horas que no paramos de meter ejercicios’. Yo no me había dado cuenta, te acostumbrás a que no para y siempre pide más», rememora Sánchez. No todo fue fácil en un comienzo. «Me resultó motivante y duro a la vez. Porque, al principio, debía desafiarlo mediante ejercicios y, a la vez, convencer de posturas y técnicas a alguien con 20 años en el máximo nivel. ‘Ponete más bajo acá, levantá el codo ahora’ le decía, todo con argumentos. Pero bueno, a veces, de arranque, uno está fastidioso por lo nuevo, o porque no sale. Fue un desafío para los dos. Con el correr de los días Luis se fue viendo distinto, notando progresos y todo se hizo más sencillo», agrega.
Sánchez apuntó a que Scola dejara de ser un ala pivote que sólo tirara de afuera, de «pick and pop», como se llama en la jerga. «En los videos veía que tomaba la pelota en la línea de tres y si no tiraba, dudaba. Las defensas, entonces, lo dejaban, nadie ayudaba sobre él», recuerda. La metodología puso el foco en un trabajo cuya clave fue conectar métodos, lo técnico con lo táctico y hasta lo físico. «Primero debía saber dónde recibe la pelota y qué opciones tiene. Si hay ayudas o no, si recibe con el defensor pegado o a un metro de distancia, si lo defiende por adelante o por detrás, si es más bajo o más alto, si es más pesado o no. De cada situación ensayamos variantes. Decenas. Para ver cómo reaccionaba. Buscamos mejorar la estabilidad cuando va hacia adentro, la agilidad, la velocidad, la técnica y los movimientos dinámicos de pies. Primero los trabajábamos en ejercicios y luego conmigo, con oposición», detalla Sánchez, que cuenta una anécdota de los últimos días, cuando Scola estaba afilado en todo sentido. «Tenía que atacarme y volcarla contra mí para trabajar el contacto en el aire y así no permitir que defensor suba a taparlo. ¡Y fue impresionante la volcada que me metió en la cara!», relata.
Mariano lo observa en el Mundial y se siente orgulloso de los cambios que nota. «Ganó mucho: en agilidad, habilidad, velocidad y bajó el centro de gravedad. Y lo más importante es que no duda, tiene otra confianza. Hoy toma la pelota en la línea de tres y es para atacar. Lo hace con lectura de juego, sin tantos piques de pelota, con velocidad y hasta giros, aprovechando la natural afinidad que tiene con la pelota. Es un Scola mejorado, está claro», comenta. Sánchez se sorprende por lo rápido que asimiló todo. «Todo lo adherido lo sumás al juego, sin pensar y sintiéndolo, recién un año después. Y Luis lo hizo en meses. Se debe, para mí, a lo rápido que asimila y avanza. En el proceso me fue pidiendo siempre más, pero descartando lo que no le gustaba o no necesitaba. Es muy práctico», aclara.
Durante esas 14 semanas también hubo momentos «sociales», para Mariano casi tan importantes como los otros. «Todo me sorprendió, lo que decía, lo que sabía, lo que hacía… Me la pasaba a su lado, sin molestar, tratando de aprender. Un día nos hizo un asado pese a que hacía tremendo frío y viento… Pero él estaba ahí afuera, sentado, al lado del fuego. ¿Yo? Con él, imagínate si me iba a perder un segundo de seguir aprendiendo», reconoce. Todos, de paso, destacan las habilidades del cheff Scola. «Es un tremendo asador, pero ojo que también hace una impresionante sopa de verduras. Contó que la receta es de Kobe (Bryant) y que va justo con sus dietas. Es una especie de sopa con puchero», informa Sánchez con una sonrisa.
En el campo, Luis estaba solo, aunque la familia, con su esposa Pamela y los cuatro hijos varones (Tiago, Lucas, Tomás y Matías), se aparecía seguido, los fines de semanas y feriados. Con ellos, Scola recargaba pilas. Y, de paso, los nenes jugaban al básquet en la canchita. Los cuatro pintan bien y son tan fanas como su padre. Cuando la familia se volvió a Buenos Aires, el grupo –que sumó a Agustín Caffaro, hoy también en el Mundial con la Selección- volvía a su rutina social que incluía hablar mucho de básquet en las congeladas tardes-noches de Castelli.
-Che, ¿prendo el hogar y tomamos unos mates? Así seguimos hablando de básquet, en especial de lo que necesito practicar de ahora en más.
-Sí, dale Luis, por supuesto.
¿Cómo le vas a decir que no a este monstruo del deporte mundial?